Jamie Bartlett y la tinder-política

Bartlett es periodista y director del Centre for the Analysis of Social Media, perteneciente a Demos (un think tank británico) y la Universidad de Sussex. Su análisis sobre redes y política aporta otro tipo de condimentos respecto a la forma de ver ciertos fenómenos.

Berna
6 min readNov 14, 2018
Manifestaciones frente al Congreso de la Nación al momento de votar el proyecto de Aborto Legal en Argentina

No por innovador, es menos efectista, donde siempre se corre el riesgo de simplificar. Sin embargo es interesante analizar algunos puntos de lo que sostiene este bloguero británico de 39 años, en torno a ideas que hace algunas décadas reposaban sobre los bordes del discurso político, y hoy toman cierta centralidad, poniendo en crisis a la política mainstream. También tiene una noticia: las cosas se pueden poner aún peor.

En su tesis, la democracia que tenemos ahora fue construida en un tiempo determinado, con ciertas instituciones, normas y reglas. Y de repente, llegó esta nueva tecnología, la digital, que no sigue las mismas reglas. Ambas hacen una gran colisión y entran en un conflicto agridulce.

Desde Cambridge Analytica tenemos la certeza de cómo se conforman miles de perfiles individuales para usuarios aparentemente únicos, con metodologías que escapan de los “radares”, es decir, de las normas y regulaciones que fueron establecidas para los medios masivos del siglo XX (TV, radio y periódicos).

Entonces, la cosa a analizar, es cómo la política se está fragmentando de maneras que no podemos prever o dimensionar. Si de acá a diez años seguimos viendo como se desarrolla este perfilamiento masivo y personalizado para anuncios, para todo tipo de dispositivos que hay en nuestras casas, seguramente será posible enviar millones de mensajes diferentes a millones de perfiles segmentados. ¿Cómo regular eso con herramientas obsoletas?

La política tradicional parece seguir en la época del revelado analógico y el mundo se mudó a Instagram

Bartlett toma como ejemplo el hecho del revelado de fotos antes de la aparición de las tecnologías digitales. El proceso era más o menos así: había que esperar al regreso de las vacaciones (¿dos semanas?), llevar los negativos a la casa de fotografía, esperar que lo envién al laboratorio de revelado, luego el revelado y por último obteníamos las copias (las cuáles en su mayoría eran basura sobre o subexpuesta)… Eso, las personas jóvenes hoy por hoy lo ven como algo completamente loco, abundan los dispositivos móviles y existe Instagram: algo simple, rápido y perfecto. Podés tomar todas las fotos que quieras, chequear el resultado, aplicarles filtros, enviarlas a cualquier persona en el mundo, obtener “likes”.

La política tradicional parece seguir en la época del revelado y el mundo se mudó a Instagram. Es decir, la necesidad / posibilidad de tenerlo inmediatamente, cuando vos quieras, sin ningún tipo de compromiso. Este conflicto hace que crezca la frustración y la furia contra la política mainstream por parte de quienes están en los márgenes. En ese marco aparecen a quienes denomina como “tinder politics”, es decir, esos políticos — como Trump o Bolsonaro — , que ofrecen exáctamente lo que “la gente” quiere oír, sin dudas y sin vueltas. Es gratificación instantánea, como sucede con los filtros de Instagram o con los “match” de Tinder.

Tradicionalmente la política no funciona de esa manera. En cambio, los discursos de este tipo de tinder-políticos — así como el de sus seguidores — , suena real, a pesar de sus promesas completamente inverosímiles, irreales e imposibles. Rápido y eficaz, en contraposición a lo “lentas” que son las otras propuestas, o lo “corruptos” que son los partidos existentes. Toman otra fuerza los discursos del “votame y voy a barrer con todos esos problemas por vos”. Aún cuando sean irrealizables.

Pasamos a pensar en una suerte de votantes de plataforma, que quieren las cosas tan simples como en Tinder, frente a una política que parece tan compleja. Para Bartlett, Trump es el primer político digital, que comprendió este tipo de mediaciones mucho antes que el resto, algo que hoy es evidente, pero no lo era algunos años atrás. El tipo de discurso verborrágico, emotivo, furioso y enojado (que sea verdadero o no, es secundario), lo comenzó Trump, antes que ninguno. ¿Podríamos decir lo mismo de Bolsonaro en Brasil?

¿Cómo resolvemos esto más allá de ciertos esfuerzos por regular las formas en las que se difunden este tipo de mensajes? Barlett pone el foco sobre los individuos, puntualmente sobre la moral singular, con base en un nuevo aprendizaje en torno a los datos que ofrecemos todo el tiempo. Poniendo el énfasis (y las alertas) sobre las ramificaciones, alcances e importancia que luego cobran en relación a la política. “Tus elecciones en relación a tus datos, realmente importan a la democracia”, dice.

Las máquinas nos pueden decir exactamente cuáles son nuestras preferencias, qué tipo de gustos tenemos, qué candidato encaja mejor con nosotros, o qué tipo de partido político debemos elegir. Aún así, no pueden establecer decisiones morales.

Para Bartlett, los propios creadores de este tipo de tecnologías, en particular las que emanan desde Silicon Valley, están sorprendidos por los tipos de alcances. Incluso, los están descubriendo. Aún así, no toman responsabilidad moral por los efectos que producen.

La tribalización de la política, es otro efecto que analiza, el cual en un punto ha sido potenciado con las redes sociales y sus burbujas que nos conectan únicamente con nuestros intereses, con quienes tienen visiones de mundo similares a las nuestras, y nos aísla de todo lo que nos contradice, no encaja con nuestro punto de vista, o nos molesta.

Gladiadores del Altar de la Iglesia Universal (Brasil)

Quizás en algún punto, estos fenómenos, analizados de esta forma aparecen tan volcados sobre la novedad que son casi ahistóricos. Pareciera que la historia previa, las disputas, los conflictos, no ha tenido ningún tipo de incidencias en la creación o configuración de estos nuevos emergentes. También puede ser cuestionable la forma en cómo se piensa a las personas, con un tinte efectista, donde los comportamientos son determinados y casi automáticos.

La crisis de las instituciones no son nuevas, incluso alcanzando aquellas que desde una moral superior creyeron ser inmunes: las corporaciones mediáticas. En parte, son las que vienen erosionando al resto de los poderes instituidos, incluso haciendo mella sobre su propia credibilidad — los discursos de Trump y Bolsonaro en campaña, pedían oídos sordos sobre las corporaciones que difundían noticias falsas sobre ellos, porque defendían intereses propios. Si a eso se le agregan las redes sociales corporativas, con algoritmos que funcionan como cajas negras, que aparecen ante las personas como técnicas desprovistas de toda intencionalidad, el combo puede ser explosivo. ¿Todo es fake? ¿Todo es real? ¿Cómo determinarlo y cuáles son los parámetros cuándo no hay suelo firme donde pararse?

Pero lo que en algún punto sigue siendo el desvelo de este analista político, es cómo se logran formar ciertas comunidades en los bordes del discurso político y qué debería pasar para que salgan de las sombras y tomen cierta centralidad. En una charla TEDx sobre el poder de la política extremista (desde neonacionalismos a hippies, o desde utópicos futuristas que hacen campaña con promesas de vida eterna a libertarios que proponen resetear el mundo), una de sus conclusiones es que este tipo de movimientos funcionan como un sistema de alerta para el resto. ¿Qué pasa cuando grandes grupos de personas sienten que el “progreso” los ha dejado atrás y ven la necesidad de encontrar un propósito y un sentido en un movimiento que los englobe en un fin superior?

Por último, alerta que este tipo de grupos son los que adoptan ciertos tipos de tecnologías — igual de ajenas a la política mainstream — , antes que ningún otro, configurando otras formas de hacer llegar su mensaje. Ignorar este tipo de discursos, en algún punto, genera que no podamos comprender cómo se conforman, incluso anticipar el punto exacto cuándo toman impulso y pasan a ser la nueva centralidad.

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